Patrimonio Funerario Pasado y Presente


PATRIMONIO FUNERARIO
Un pasado y presente por descubrir: Orlando Acosta Patiño
Orlando Acosta Patiño | 01 mar 2015 - 00:19h
Un pasado y presente por descubrir: Orlando Acosta Patiño Un pasado y presente por descubrir: Orlando Acosta Patiño
Un pasado y presente por descubrir: Orlando Acosta Patiño

Mientras gozaba de una beca de intercambio profesional, bajo el Programa Fulbright, me encontré atrapado en medio de la nada en Eugene, Oregon, al noroeste de Estados Unidos. Se trata de una pequeña y modesta urbe, fundada cerca del año 1850, y ubicada al pie de las montañas Cascadas, entre los meandros del río Wilammeet y los rieles del ferrocarril. Para explicar las razones que me llevaron hasta ese lugar, debo referirme a la relación entre Eugene y el pasado panameño. Recorrí los tres antiguos cementerios de Eugene buscando información sobre quiénes llegaron allá y cuál era su legado. Entre la lectura de cientos de lápidas, encontré muchísimos nombres y fechas. Y, bajo la sombra de un prominente mausoleo, la memoria de Henry Villard, periodista, migrante alemán y presidente de Northern Pacific Railway.

Bajo ese nombre, se recuerda la primera empresa que construyó y administró la línea de ferrocarril que unió la costa este-oeste de Estados Unidos (EU), a fines del siglo XIX. El legado de Villard fue la fundación de la Universidad de Oregon, la primera en esa región. Él, junto William Aspinwall, tuvo la concesión para el manejo del correo entre las ciudades de Nueva York y San Francisco, vía Panamá.

La ciudad de Colón recibió el nombre de Aspinwall, el 27 de febrero de 1852. A él y a su socio Henry Chauncey se les recuerda en Colón con un modesto monumento. De esta forma encontré vínculos históricos, ferroviarios, urbanos y personales entre Eugene y Panamá. Mi conciencia despierta despejó mis dudas y, asistido por mi ojo acucioso, encontré esa información en los cementerios de la ciudad.

El Cementerio General de Santiago de Chile es también ejemplo de un espacio que atesora muchas memorias. Es el primer cementerio público del país, mide 86 hectáreas y se ubica en la comuna de Recoleta. Alberga las tumbas de más de dos millones de personas. En mi primera visita, en 1989, conocí a Rebeca Matte, primera escultora chilena con estudios en Roma, Florencia y Francia, y cuyo bronce, representando a Ícaro y Dédalo, está frente al Museo de Bellas Artes, en la ciudad de Santiago. También encontré la tumba de Víctor Jara, poeta, cantante y memoria viviente de la resistencia popular chilena, y a Violeta Parra y José Balmaceda, entre otros. De la historia reciente, un memorial para las víctimas de la violencia durante el mandato del general Pinochet. Como colofón, encontré el escenario de la inhumación del presidente Salvador Allende.

Panamá tiene un patrimonio funerario aún por descubrir y valorar. Dentro de las áreas revertidas del Canal, por ejemplo, hay dos reconocidos: el de Corozal y el francés, en Paraíso. Además conozco, entre pesquisas y encuentros, dos perdidos en la jungla, también del mismo período.

El de Gatún fue develado durante el proceso de reversión de tierras e instalaciones, lo que motivó el interés de antiguos descendientes de los zonians para regresar y honrar a sus muertos. Además está el de Monte Esperanza en Colón, a lo que habría que sumar las historias de exhumaciones antes de la reversión.

Para quien se despoje de los prejuicios de la muerte, los cementerios resultan espacios fascinantes, con lápidas inscritas en todos los idiomas, que inmortalizan ese fascinante pasado que, en nuestro caso, cuenta la epopeya que representó la construcción del Canal.

El Cementerio Amador es también un lugar lleno de historias masónicas, de testimonios mortuorios de comunidades de artesanos y compadres solidarios. Cerca del lugar, se encuentra el cementerio chino, que guarda también la humanidad e historia de los casi 180 años de presencia de esa comunidad en Panamá, la más antigua del continente.

En el jardín de Paz encontré a Jeptha B. Duncan y a los mártires del 9 de enero. Estoy seguro de que si sigo indagando, aprenderé mucho más de nuestra historia, antepasados y destino. El reconocimiento, valor y conservación del patrimonio funerario en Panamá espera, junto a las ruinas de Portobelo y San Lorenzo, mejores días. Pero, con los exiguos recursos técnicos y financieros de la Dirección Nacional de Patrimonio Histórico, es imposible reconocer siquiera el legado inmaterial de las fiestas de Corpus Christi, la pollera y el tamborito; la protección y custodia del patrimonio subacuático; las fortificaciones del Caribe; el acervo arqueológico o el Centro Histórico de Colón. Ni hablar de las expresiones de educación e interpretación que junto a los museos esperan turno –después de las iglesias– para ser reconocidos y evitar su desaparición o destrucción. El patrimonio funerario debe ser conservado, posibilitar su entendimiento, quitarle el morbo de la muerte y permitir que los muertos nos ayuden a conocer la historia.

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