Globos navideños, barbarie y anarquia

Las fiestas navideñas del 2011 en la capital del país terminan con un reflejo que deja en evidencia una sociedad primitiva y bárbara incapaz de discernir la ficción de la realidad. Una sociedad violenta, cruel e incompasible que atenta contra la dignidad propia y colectiva. Un Panamá que arrastrada por las calles de la ciudad se mostraba confundida y obnubilada por las luces de quimeras políticas. Panamá fue el escenario de una avalancha del populacho ávido de circo y de gobernantes dispuestos a dárselo, y con capacidad de disfrazar la farsa de diciembre con besos y saludos de políticos de dudosa compromiso social. Al espectáculo se le suma el vandalismo de los bienes comunes y la incapacidad de la Policía en el manejo de multitudes. Lo más irreal es la negación de lo verdad y dejar de reconocer la condición de deterioro y desarticulación social en que estamos inmersos.

Todo comenzó con el anuncio de un espectáculo de globos “como en otros países” y con ello, embobar al pueblo bajo el embrujo de la navidad para alejarnos de la reflexión de los escándalos de tierras y la compra de radares de seguridad bajo dudosos criterios de transparencia. El teatro de helio y su financiamiento se suman a las oscuras nubes de las donaciones privadas de las elecciones de los políticos que nos gobiernan. El desfile “nunca visto” se organiza sin medidas de seguridad, sin rutas de evacuación, sin la provisión de infraestructura de servicios para aliviar las vejigas y la basura que generó la multitud que se abalanzó, sin control, a las calles del “Dubai de la Américas” bajo la ilusión de un espectáculo navideño. No hubo Ley ni orden en las calles de Panamá el 26 de diciembre que pasó, dejando en evidencia el estado de anarquía que prosperó y que culminó la mañana siguiente con el extravío del niño Jesús en la Cinta Costera: suceso que corona como óbice la distorsión del origen de la celebración. Todo lo anterior deja en epifanía-y no precisamente divina- de la existencia de varios Panamás y de los resultados cuando estos confluyen en un mismo espacio y tiempo.
El Panamá bárbaro y anárquico queda registrado en los noticieros matutinos, en las planas de los diarios, en los comentaristas radiales y en la visión de los políticos; en las declaraciones de la autoridad y en las letras de otros como yo, que se dedican a escribir y mirar con horror en el espejo de la sociedad a la que pertenecemos.
Siempre he dicho que Panamá somos todos y que la gente somos nosotros mismos y que la posibilidad del cambio también está en nosotros y en la educación como instrumento del cambio, educación que nuestra sociedad se encuentra capaz de articular y ofrecer. Se encuentra en la ausencia de museos, en plazas y en parques. Está ausente en la promoción de la pintura, de la danza y del teatro como expresión de las artes. Está en valorar lo local frente a lo universal-y no precisamente hablo del cutarrismo homogeneizador de las expresiones folclóricas que no ven más allá del tamborito, la saloma y las reinas de carnaval.
Falta una propuesta integral de cultura, educación y conocimiento para elevarnos desde el estado de una sociedad primitiva y anárquica en la que estamos ahogados hacia una educada, integral y universal. Falta una propuesta de educación y cultura donde los políticos, los empresarios, legisladores y todos los actores articulen una propuesta generosa, profunda y comprometida más allá de la liviandad de globos que en sus estallidos ruidosos solo dejan vergüenza, basura y soledad.

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