“Lo escuché y lo olvidé, lo vi y lo entendí, lo hice y lo aprendí”.

“Lo escuché y lo olvidé, lo vi y lo entendí, lo hice y lo aprendí”. Confucio.

Un 28 de septiembre del año 551 antes de Cristo en la ciudad de Qufu, en la provincia china de Shandong, en el seno de una familia noble venida a menos, nace el gran filósofo chino Confucio. Confucio fue fundador de la doctrina filosófica y ética conocida como el confucionismo considerándole como el padre de la China ancestral, educador y maestros de pensadores. Por la profundidad y respeto del contenido del confucionismo no pretendo lograr en estas seiscientas noventa y ocho palabras nadar en la profundidad del contenido de su aporte, pero sí para hacer unas reflexiones sobre la crisis en la cual parece que naufragamos. Es necesario aclarar que ésta referencia de Confucio no tiene nada que ver con la burla y saña local desplegada por todos los medios hacia una niña, quien sumida en la ignorancia –como colofón de la condición de la educación de nuestra sociedad- desconoce y ridiculiza el invaluable aporte de este hombre al conocimiento universal. Tampoco tiene que ver con los usos inapropiados del idioma, al señalar como chinos a nuestros hermanos recientemente asesinados en La Chorrera. Sí hacen mérito para honrar a Panamá como el lugar en América más antiguo en recibir la migración de ciudadanos Chinos y destacar hoy el aporte de uno de sus hombres más notables de la civilización.

Volviendo a Confucio, en estos días por una nota periodística me hace saber que se celebra en China la cuarta Conferencia Mundial sobre él y sus aportes. Un número de 120 expertos de más de 20 países y regiones del planeta se reúnen para intercambiar ideas sobre los valores universales promovidos por el confucionismo y el desarrollo de la cultura social.

El mayor aporte de Confucio se acopia en una obra conocida como la Analectas o en chino, Lún Yú (discusiones sobre las palabras de Confucio), las cuales resumen, el resultado de su propia reflexión como la de sus seguidores. Las Analectas de Confucio son profundas reflexiones éticas y morales que abordan temas de la decencia, rectitud, lealtad y piedad filial, entro otros conceptos. Por más de dos mil años las Analectas de Confucio son motivo de estudios, no solo en China, sino en todo el mundo. Se afirma que ningún hombre puede llegar a un buen nivel de moral y de inteligencia sin conocer su contenido. Como nota curiosa, para los tiempos de Confucio se exigía conocer y practicar estos valores como requisito de la corte imperial China.

Mientras en la milenaria China aún se discute la profundidad de los preceptos de Confucio, en Panamá estamos sumidos en la vulgaridad de un espectáculo en los medios con la irrupción de un esperpento de Jumbo Man como respuesta al alto costo de la canasta básica. La chabacanería que caracteriza el lenguaje oficial a ritmo de reggae hace ruido para impedir ir al fondo del asunto y hacer una llamado sobre el uso de los recursos públicos para promover lo que corresponde por mandato ejecutar a los gobiernos.

Panamá y su Hemiciclo se han transformado en el escenario de escándalos de corrupción, de falta de compromiso político, de muecas y estertores de Honorables Diputados. Es el marco para alar por los cabellos discusiones sobre la pena capital para distraer la atención de los escándalos permanente y marearnos con segundas vueltas para confundir sobre lo medular e impedir evaluar cuál es el camino que toma la titularidad de tierras, el patrimonio nacional, islas y costas panameñas.


Las Analectas deben ser de lectura obligada de todos los políticos, tránsfugas, gobernantes y todo aquel que se atreva a postularse a un puesto de elección popular y a los administradores del patrimonio nacional. Las Analectas deberían ser incorporadas al currículo de la educación de todos los panameños para prepararlos a ejercer el sagrado derecho del voto y exigir y no olvidar el compromiso de quienes nos aspiran a gobernar. Los valores universales de decencia, rectitud, moral y lealtad deben ser recogidos y no olvidados. Las Analectas de Confucio siguen vigentes en China después de dos mil años, mientras que en Panamá seguimos sumidos en la ignorancia, presos y víctimas de la mediocridad, arrastrados en una vorágine de una crisis de valores sin precedente alguno.

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