A la Patrona de los hombres del mar.


Visité la isla de Taboga en julio de hacen varios años atrás. Coincidía la fecha con una de las celebraciones de más carácter e intensidad de la isla: la fiesta de la Virgen del Carmen. El pueblo se vistió de fiesta y de magia. La imagen de la santa venerada fue sacada de paseo en bote alrededor de la isla. Entró triunfante a la ensenada del Morro bajo fuegos artificiales.

El nombre del Carmen proviene del Monte Carmelo, macizo montañoso en Israel que deriva de la palabra Karmel o Al-Karem que podría traducirse como jardín. En Monte Carmelo vivió el Profeta Elías junto a sus seguidores, entregados a la meditación y a la oración. Por el año 300 a.C una gran sequía azotaba la región. Elías subió a la montaña para pedir por lluvia, cuando una nube de luminosa blancura derramó sus aguas sobre los sedientos barrancos de Haifa La visión era un símbolo de la llegada del Salvador esperado, que nacería de una doncella inmaculada para traer una lluvia de bendiciones. De aquí el culto Mariano, dedicado a la Inmaculada Madre del Salvador.

En Taboga, luego de la “subida” de la imagen de los botes a la iglesia, el itinerario de la fiesta prosiguió con una misa en su honor. La iglesia de Taboga es un sencillo edificio de data colonial y como en todos los pueblos, el centro de la escena. Con raspao en mano y mientras esperaba me sorprendí al observar correr alrededor de la plaza los niños con túnicas blancas evocando la imagen de angelitos. Con alas de papel crespón y sandalias doradas los negritos escapaban de mi vista, uno a uno por la puerta del templo.

Me preguntaba las razones por la cuales la Virgen se asociaba a los hombres de mar. Los marineros, antes de la edad de los instrumentos electrónicos para navegar, dependían de las estrellas para marcar su rumbo en el inmenso océano. Por la invasión de los sarracenos, los Carmelitas se vieron obligados a abandonar el Monte Carmelo. Una antigua tradición nos dice que antes de partir se les apareció la Virgen mientras cantaban el Salve Regina y ella prometió ser para ellos su Estrella del Mar. Por ese bello nombre conocían también a la Virgen porque el Monte Carmelo se alza como una estrella junto al mar. De allí la analogía con La Virgen María quien como, estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles de la vida hacia el puerto seguro.
En la iglesia, el rito inicia con la entrada espectacular del párroco, quien como un Liberace local se agitaba dentro de una gran capa de lamé dorado. Súbitamente el altar de la iglesia comienza a brillar con un mágico tintineo. El brillo de las sandalias doradas revelan acomodados en nichos cubiertos de más flores de papel crespón –rosadas y blancas- a la bandada de angelitos negros que antes corrían por la plaza. Los niños vestidos como ángeles adornaban el altar de la iglesia. Yo no salía de mi asombro.

Terminado el rito las gentes abandonan la iglesia y al igual que todos me acomodo en la plaza para seguir disfrutando de la fiesta del pueblo. Para mi sorpresa hay más. A las voces de “Ave Maria Gratia Plena, Dominus Tecum, Benedicta tu en mulieribus….y sobre la calle estrecha que desemboca en la plaza irrumpe tachonada en flores y entre hojas de palmeras la imagen de la Virgen del Carmen. A bordo del anda, que se mece al bamboleo de los hombros que la llevan, surgen de nuevo las vivas imágenes de los angelitos negros. A las voces del Salve Regina el paso de la procesión de la Virgen se abre y desaparece por las calles de Taboga dejando en mí la extraña sensación de estar soñando o viviendo otro episodio mágico, realismo cotidiano del Panama y su gente.

25 de Junio 2007.

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