Historias fantásticas de Bocas del Toro.

Bocas del Toro. Isla Colón
Visité por primera vez la Isla de Bocas del Toro harán unos diez años atrás. Eventos e historias mezcladas entre la riqueza del banano y la injusticia social me abrieron los ojos a la exhuberancia, a la magia y a las contradicciones de ese pedazo del Caribe. El paquete tecnológico que la empresa bananera aplicó para producir sus uniformes y amarillas frutas destinó a la soledad y tristeza a cientos de sus trabajadores. Algunos de los agroquímicos aplicados a los “tallos” para combatir un cierto tipo de gusano causaron esterilidad a los hombres del banano. Durante los años que duró mi tarea para encontrar y documentar los afectados del mortífero fumazone, comprobé que la soledad y el desprecio fue el destino de cientos de hombres en la zona bananera de Isla de Bocas y Changuinola. La difícil y dolorosa tarea me abrió las puertas a un universo mágico, al fantástico mundo de Bocas del Toro.

Descubrí que Isla Colón fue la sede de United Fruit Company, así y una vez pernoctando en el Hotel Bahía encontré “escondida “en una de sus habitaciones, la caja fuerte donde se guardaba el efectivo para el pago de planilla y los excedentes generados de la compra y venta del banano.

Para los años de 1900 Bocas era el centro más importante del comercio del banano en la región. El palpitante flujo comercial en la Isla era intenso, razón que daba cuenta de la presencia de importantes representaciones consulares en la Isla. Lo hermoso de algunas casas y edificios del lugar te cuentan de ese tiempo que pasó, del dinero que corrió y de la gente que allí vivió.

Isla Colón o Bocas del Toro era uno de los destinos y el paso obligado de muchas rutas del comercio de cabotaje entre los principales centros del Caribe y el Golfo: Jamaica, Bocas, Bluefields y Nueva Orleáns. Entrado los años de la posguerra Bocas entró en decadencia y letargo. El antes auge comercial del banano y del las mercaderías cesó y muchas de las familias migraron a los Estados Unidos en busca de nuevos horizonte y oportunidades.

A finales de marzo en Nueva York y a trote de Martinis conversé con Elsa, extraordinaria mujer que nació, creció y soñó en Bocas. Fue ella quien me habló de los tardes y de las gentes de Bocas. También fue ella quien me cuenta de la colonia alemana en la isla. Los comerciantes alemanes en Bocas importaban desde París y Hamburgo el último grito de la moda . Vestían y lucían los más inmaculados trajes de lino blanco durante las tertulias y soiree en la casa de los Klauss. Elsa observó durante años y desde el portal de su casa, encerrada en su fantasía infantil el evento social de las tardes de domingo.

La guerra terminó con las fiestas de los Klauss dejando en la lejana isla de Bocas un sabor de amargura, tristeza, vacío y porqué no de desolación y muerte. El gran almacén y la casa de los Klauss fueron devoradas por el fuego y el solar vació, como el hueco de una vieja dentadura, hoy hace recordar ese tiempo que se fue. Como “Flores de la Habana” el recuerdo de la tienda de novedades y de sus grandes escaparates aún se recuerda tanto en Bocas como en Nueva York. También se recuerda la generosidad de un hombre que vivió y soñó en esa esquina perdida del mágico Caribe. El hombre que no fue capaz de soportar la casa por cárcel y que de seguro en un arranque de desesperación y orgullo, cerró sus profundos ojos azules asistidos por la amargura del arsénico. Hoy algunos conocen y muy pocos recuerdan la pompa europea en calle primera, la desolación del fuego, de la valentía de sus hombres y de las historias fantásticas de Bocas.

Noviembre, 2006.

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