Patrimonio funerario: pasado y presente por descubrir.

Orlando Acosta Patiño. Febrero 2015.
Para los que conocen mis entregas, éstas comienzan por lo general a referir a temas o las experiencias de otros lados, para extrapolar en un repaso, al potencial que tienen éstos dentro de nuestra sociedad.

Mientras gozaba de una beca de intercambio profesional bajo el Programa Fulbright, me encontré atrapado en medio de la nada en una ciudad del noroeste de los Estados Unidos. Pequeña y modesta urbe al pie de las montañas Cascadas que se funda por allá por los años de 1850 entre meandros del río Wilammeet y rieles de ferrocarril. Tratar de responder la pregunta ¿qué y cuáles razones me traían hasta aquí? ¿Qué relación tenía Eugene conmigo, con mi pasado panameño?
Tomé la decisión de resolver el asunto buscando antecedente y símbolos. Recorrí los tres cementerios antiguos de Eugene buscando información sobre quiénes habían llegado allí y cuál era su legado. Entre la lectura de cientos de lápidas, encontré montones de información de nombres, fechas y bajo la sombra de un prominente mausoleo, la memoria de Henry Villard, periodista, migrante alemán y presidente de Northern Pacific Railway . Bajo éste nombre se recuerda la primera empresa que construye y administra la línea de ferrocarril que unió la costa este- oeste de los Estados Unidos a finales del siglo XIX. El legado de Villard fue la fundación de la Universidad de Oregon, la primera en el Pacific Northwest de los Estados Unidos; y quien junto William Aspinwall tuvieron la concesión para el manejo del correo entre las ciudades de Nueva York y San Francisco, vía Panamá. Para los que la memoria no les asiste, Aspinwall fue uno de los nombres de la ciudad Colón y quien junto con Chauncey, se les recuerda en la misma Colón, con un modesto monumento. La respuesta sobre mis vínculos históricos, ferroviarios, urbanos y personales entre Eugene y Panamá fueron revelados. Mi consciencia despierta logró absolver mis dudas, la cual asistida por mi ojo acucioso, logra leer la información encontrada en los cementerios de esa ciudad.

El Cementerio General en la ciudad de Santiago de Chile es un espacio de memoria con sus propias reglas, calles, plazas y monumentos. Es el primer cementerio público en Chile que se extiende sobre unas 86 hectáreas en la comuna de Recoleta. Hay más de dos millones de personas “descansando” allí. En mi primera visita allá por 1989, conocí a Rebeca Matte, primera mujer escultora chilena con estudios en Roma, Florencia y Francia y cuyo bronce, representando a Ícaro y Dédalo se encuentra frente al Museo de Bellas Artes en la ciudad de Santiago de Chile. Allí también encontré sepultado a Victor Jara, poeta, cantante y memoria viviente de la resistencia popular chilena, Violeta Parra y José Balmaceda, entre otros. De la historia reciente un memorial para los muertos de la violencia de los años del General Pinochet y como colofón, también escenario de la inhumación del Presidente Salvador Allende, de la cual fui también testigo.
Panamá tiene un patrimonio funerario aún por descubrir y valorar. Existe dentro de las áreas revertidas del Canal, por ejemplo los cementerios reconocidos de Corozal y el francés en Paraíso. Conozco entre pesquisas y encuentros dos de ellos perdidos en la jungla, también del mismo período. El cementerio de Gatún, develado durante el proceso de reversión de tierras e instalaciones, lo que motivó el interés de antiguos descendientes de los “zonians” en regresar a honrar a sus muertos. Monte Esperanza en Colón y las historias de exhumaciones antes de la reversión, es un espacio fascinante lleno de lápidas en todos los idiomas para atisbar, a quien se despoja de los prejuicios de la muerte, en conocer la fascinante humanidad que se encuentra enterrada y que te cuenta de la epopeya humana que fue la construcción del Canal.

Paara el sepelio de Hortensia Solano conocí el cementerio Amador con todo lo que dentro de él se encuentra: espacio fascinante y lleno de historias masónicas, de testimonios mortuorios de comunidades de artesanos, compadres solidarios y una interesante historia personal, que en la afirmación de la muerte, solo nos llama a la reflexión.
Allí entre más lápidas, y cerca del cementerio Amador se encuentra el cementerio Chino, que guarda también la humanidad e historia de los casi 180 años de presencia de la comunidad china en Panamá, la más antigua del continente y que celebró- este febrero -a todo dar y con el dorado y rojo oriental, una de las más importantes fiestas de China.
En el jardín de Paz me encontré a Jepth B. Duncan, a los mártires del 9 de enero y seguro que si sigo indagando, me encontraré, con más de nuestra historia, de nuestras gentes y de nuestro destino.

El reconocimiento, valor y conservación -por parte de la institucionalidad del Estado bajo la responsabilidad del INAC- del patrimonio funerario en Panamá, espera. Juntos a los conjuntos funerarios esperan su turno el patrimonio inmaterial de las fiestas de Corpus Christi, la pollera, el tamborito. La protección y custodia del patrimonio subacuático, las fortificaciones del Caribe, el acervo arqueológico, el Centro Histórico de Colón y todas las expresiones de educación e interpretación, constituidos en museos, esperan turno para ser reconocido y evitar su desaparición o destrucción. La permanencia del patrimonio funerario debe ser conservada, posibilitar su entendimiento, quitarle el morbo de la muerte y permitir que esos mismos muertos nos asistan en conocer y recorrer nuestra propia historia como grandes museos abiertos para el entendimiento y goce de la sociedad.

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