De los proyectos urbanos, la cinta costera y de la verdolaga en nuestras playas.

Panamá tiene el privilegio de tener miles de kilómetros de costa de mar. Las playas, manglares, esteros, bahías, ensenadas y las primeras ciudades a orillas del mar. Lo anterior le otorga a este lugar del mundo un sitial privilegiado. No es casual que la declaratoria de Patrimonio Mundial, otorgado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación y la Cultura UNESCO a la ciudad de Panamá la Vieja y su Casco Antiguo, haya reconocido el inusual y primigenio lugar de emplazamiento en el Pacífico de América. Hito excepcional en la historia de la humanidad. Allí uno de los valores.

El desarrollo del tema de los derechos sobre las costas de mar lo encontré fechado a inicios del siglo XVII basado en los principios de derecho romano por Hugo Grocio en su “doctrina el mar libre” en su obra Mare Liberum (Mar Libre). Grocio defendió allí que los mares no podían ser sujetos de apropiación porque no eran susceptibles de ocupación como las tierras y por ello debería ser libres para todos. Ese es el principio conocido por libertad de mares. Mas tarde en siglo XVIII Corenellius Van Bynkershoek presentó el principio según el mar adyacente y las costas de un país quedaba bajo su soberanía. El borde costero quedó entregado a la capacidad de control del Estado.
Fuera de las teorizaciones y antecedentes sobre mares y costas, bastantes viejos por cierto, veamos que ocurre en Panamá.

Las decisiones sobre la extensión de la cinta costera frente al Terraplén, en el Centro Histórico o Casco Viejo de la Ciudad de Panamá se construye sin el cumplimiento de las regulaciones establecidas por la institucionalidad que forma parte del Estado. El proyecto no cuenta con el estudio de impacto ambiental aprobado. Lejos, no han sido evaluados los impactos sociales, urbanos, funcionales y patrimoniales del proyecto. El desalojo de los trabajadores quienes por décadas usufructuaban la localización y su cercanía al mar para mercadear con los productos del mar fueron expulsados del área del Terraplén. El impacto sobre el Casco Viejo y la funcionalidad vial, urbana y patrimonial tampoco fueron evaluados. ¿Qué sucedió allí? ¿La Ley del Oeste o la locura perniciosa se impuso? ¿O fueron tal vez los apetitos inmobiliarios por la nueva plusvalía de antiguos quilombos los que impuso la iniciativa? Cualquier cosa es posible y no se que sea más peligrosa: la ignorancia, la indolencia o la insanidad mental. Todo lo anterior en conspiración con la institucionalidad, la inamovilidad ciudadana, deja impune el derecho ciudadano y los valores patrimoniales de carácter universal. Nadie o muy pocos han salido en defensa del Estado, las Instituciones y los procesos.

Hace días otra noticia, la cual parece no causó mayor revuelo, pues el derribo de los ranchos de panameños en la costas de Soná no eran cuentas del rosario del Gabinete de Gobierno y tampoco nuestras. Los Cholos Veragüenses parecen no tener una condición de ciudadanía en los tiempos que se ciernen. Es posible que tampoco reciban su cien a los setenta y sus hijos no tendrán mesa ni escritorio en dónde abrir sus mochilas escolares. ¿A quién importa? Los apetitos por las deseadas costas de Veraguas, unas de las regiones más bellas y atractivas comienzan a reclamar sus primeras presas.

Ahora mi otra pregunta señala el próximo proyecto de desarrollo en el área de Chorrillo y Amador para construir un centro de convenciones. ¿Nos espera una gestión correcta de las costas de la ciudad y su patrimonio urbano? La realidad nos plantea nuevos retos. ¿Seremos simplemente espectadores y víctimas nuevamente de los desvaríos mentales de quienes dirigen el Gobierno de turno? ¿Cómo se integrarán los valores urbanos y paisajísticos del área de la Avenida de los Poetas al diseño del proyecto? ¿Se respetará la condición del Casco Viejo y las murallas de mar? ¿Se extenderá la cinta costera como maleza sobre las playas de la ciudad? ¿Conservaremos nuestro patrimonio? ¿Qué ocurrirá con la gente? ¿Con los pescadores de la cooperativa del Chorrillo y la continuidad de su actividad económica ligada por años a las costas y a los frutos del mar? ¿Qué les espera a los habitantes del Chorrillo? Adivina.

Despierta panameño del sueño y del letargo, pues parece que el tic tac del reloj que suena nos recuerda con un repiquetear y redoble de tambores sordos, que nos llegó la hora del Pueblo. Las decisiones sin razón se mueven por nuestra sociedad como la verdolaga a orilla de la playa, fuera de control, arrastrándose por nuestra sociedad, amenazando con la pérdida irreparable nuestro mayor patrimonio: el mar, nuestras ciudades y nuestra gente. .

Orlando Acosta
Marzo 16 de 2010

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